La banalitat del mal?

Porte uns dies capbussat en la lectura d’unes converses entre Ramin Jahanbegloo i Isaiah Berlin, un espectacle intel·lectual a quatre mans. M’he quedat enganxat als judicis de valor de Berlin sobre la venerada Hannah Arendt. “Debo admitir”, contesta Berlin davant de la insistència de Jahanbegloo a parlar d’Arendt, “que no respeto demasiado las ideas de la dama. Muchas personas notables admiraron su obra. Yo no puedo.”

¿Por qué?, inquereix Jahanbegloo.

Porque creo, contesta Isaiah Berlin, que no manifiesta argumentos, ni evidencia alguna de pensamiento filosófico o histórico serio. Todo es una corriente de asociación metafísica libre. Se mueve de una frase a otra sin nexos lógicos, sin vínculos racionales ni imaginativos.

¿Qué libros ha leído de ella?, continua Jahanbegloo, en paper de bon periodista.

Como algunos amigos míos los elogiaban, traté de leer varios. El primero que miré fue Los orígenes del totalitarismo. Creo que lo que dice de los nazis, aunque no sea nuevo, es correcto; pero en cuanto a los rusos mayormente se equivoca. Luego leí La condición humana y me pareció que se basaba en dos ideas, ambas históricamente falsas. La primera es que los griegos no respetaban el trabajo y los judíos sí. Bien, es verdad que para Aristóteles los trabajadores manuales, y menos aún los esclavos, no podían crear la Polis porque carecían de la educación, el tiempo libre y los anchos horizontes de los megalopsychoi –los grandes, los “magnánimos”, los hombres de visión amplia–. Estaban demasiado compelidos, tenían vidas y perspectivas demasiado estrechas. Sospecho que a Platón no les gustaban mucho la visión y la forma de vida proletarias. Pero aparte de ellos, hasta donde yo sé, no hay una doctrina griega del trabajo.

(…)

¿Ha leído El judío como paria? Está muy cerca de usted respecto a Herder, por ejemplo.

No, no lo he leído, pero me asusta oírle decir que está cerca de mi.

¿No le gusta porque no era sionista?

No. Cuando la conocí era sionista ferviente.

¿Cuando la conoció?

En 1941, en Nueva York, con un amigo mío llamado Kurt Blumenfeld que era dirigente de los sionistas alemanes. (…) Gershom Scholem, el gran estudioso judío, la conoció muy bien. Tuvieron una polémica.

¿Sobre un libro de ella, Eichmann en Jerusalén?

Sí. Yo no estoy dispuesto a tragarme esa idea suya de la banalidad del mal. Me parece falsa. Los nazis no eran “banales”. Eichmann creía profundamente en lo que hacía; era, él lo admitió, el eje de su existencia. Le pregunté a Scholem por qué se admiraba a la señorita Arendt. Me dijo que ningún pensador serio la admiraba; que el carácter insólito de sus ideas atraía a los littérateurs, a los hombres de letras. Para los norteamericanos representaba el pensamiento continental. Pero, me dijo Scholem, ningún pensador verdaderamente cultivado y serio podía tolerarla. Eso pensaba Scholem, y la había conocido desde comienzos de la década de los veiente.

En fi, no hi ha res més molest que els conflictes de lleialtats. Haurem de rellegir Arendt. I Berlin.

Apunt del meu dietari Tot entra en el pes (Vincle Edicions).

Per si és d’interès, poden demanar-lo directament a l’editorial:

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